Este artículo es el nº8 de la serie relacionada con el Mindfulness: Orígenes del Estrés
El doctor HANS SELYE fue el primero en popularizar, en la década de los 1950, el término «estrés», basándose en sus estudios fisiológicos sobre lo ocurre cuando un animal se ve lesionado o sometido a condiciones inusuales o extremas. Esta forma de utilizar el término no indica, desafortunadamente, si el estrés es la causa, el efecto o, en términos más científicos, el estímulo o la respuesta a las presiones que experimentamos. Selye optó por definir el estrés como una respuesta y acuñó, para referirse al estímulo o acontecimiento que producía la respuesta de estrés, el término «estresor». Su definición del estrés era: «Respuesta inespecífica del organismo a cualquier presión o exigencia».
En su teoría del estrés, postuló que la enfermedad podía ser el efecto de intentos fracasados de adaptarnos a las condiciones estresantes. Treinta años antes de la emergencia del campo de la psiconeuroinmunología, era muy consciente de que el estrés podía comprometer la inmunidad y la resistencia, por tanto, a los organismos infecciosos. Según Selye, no hay modo de evitar el estrés, porque constituye una parte natural de la vida; pero, al mismo tiempo, para poder sobrevivir, necesita adaptarse. Selye advirtió que, en determinadas circunstancias, el estrés puede desembocar en lo que él denominó enfermedades de adaptación. Cuanta más atención prestemos a la eficacia de nuestros esfuerzos para enfrentarnos a los estresores que experimentamos, más capaces seremos de mantenernos en guardia contra la disregulación y evitar, quizás, caer enfermos o agravar nuestra enfermedad.
Según los estudios del doctor SELIGMAN sobre el optimismo y la salud, el potencial estresante no reside tanto en el estresor como en el modo en que lo percibimos y gestionamos Los seres humanos tenemos la capacidad de modificar el punto de equilibrio entre los recursos internos con que contamos para enfrentarnos al estrés y los estresores que forman parte inevitable de la vida. El ejercicio consciente e inteligente de esta capacidad puede modular y minimizar, en gran medida, el grado de estrés que experimentamos. Más que tener que inventar una nueva forma de enfrentarnos a cada estresor con el que tropecemos, podemos desarrollar una forma de enfrentarnos al cambio en general, a los problemas en general y a las presiones en general. Pero el primer paso, obviamente, consiste en reconocer cuándo los hallamos sometidos a una situación estresante.
El profesor RICHARD LAZARUS y su colega SUSAN FOLKMAN, que tanta importancia tuvo luego en la articulación del papel que desempeña mindfulness en la medicina integrativa, eran investigadores del estrés en la Universidad de California en Berkeley cuando esbozaron la idea de que, una forma provechosa de contemplar el estrés desde una perspectiva psicológica, era entenderlo como una relación entre la persona y su entorno. LAZARUS definió el estrés psicológico como «una transacción concreta entre la persona y su entorno que la persona considera que supera sus recursos y resulta peligroso para su bienestar». Esto implica que el significado que atribuimos a la transacción, es decir el modo en que lo vemos y mantenemos en la conciencia, nuestra perspectiva como totalidad, es el que determina si la situación acabará etiquetándose o no como estresante.
También hay estilos de vida que contribuyen a engrosar nuestra «cuenta corriente» de recursos internos, de modo que estemos mejor preparados para enfrentarnos a las experiencias estresantes que inevitablemente se presentarán. Dedicar diariamente un tiempo a la meditación formal, acompañado del cultivo deliberado de mindfulness a las actividades cotidianas, es una de las formas de mantener al día esa cuenta corriente.
Bibliografía: “Vivir con plenitud las crisis” de Jon Kabat-Zinn